martes, 4 de marzo de 2008

Ensayo sobre la ciudad


Lo femenino fue siempre una metáfora a través de lo cual se ha expresado tradicionalmente el Surrealismo. Del mismo modo que la mujer, las ciudades representaron esta fascinación de los artistas surrealistas por aquella zona fundamental y rebelde del espíritu y la fantasía, que la mezquina y pretendidamente acomodada sociedad burguesa reprimía en su idealización del orden de las cosas.

La figura del flâneur pertenece a una figura perimida del siglo XIX, ya que el administrado siglo XX la sepultó. En 1916, Taylor publica Los principios de la administración científica, presentando las medidas necesarias que se tenían que aplicar para eliminar el callejeo, la pérdida de tiempo y el ocio. De allí su necesidad de sistematizarlo en un plan, para aumentar a partir de allí la productividad.

Sin embargo, aunque en nuestras sociedades cada vez más tendientes al orden, perderse empieza a convertirse en un exquisito arte, lo anónimo de las ciudades no deja de ser irreprimible. Todavía sigue en pie la posibilidad latente de efectivizar la histórica metáfora del surrealismo en relación a la ciudad y lo azaroso de la multitud; así como también el bosque, que con sus murmullos y cantos ocultos no han dejado de inspirar a los artistas.

Las calles, como metáfora de lo íntimo, el exterior parisino como el inconsciente donde lo íntimo se haya no en el interior sino en secretos pasajes de calles y restoranes, barcitos y multitudes que pasan, de un modo mucho más pertinente que las habituales imágenes de la conciencia interior de una persona que, atemorizada, intenta controlar el curso de todas las situaciones y los eventos. La vergüenza y el pudor son claros ejemplos fenomenológicos de que lo esencial no está en ningún interior, ni por ello se reduce a un solipsismo en el que se tuviera que cumplir con el mandato de la autenticidad, cuando no, de la sinceridad.

No sólo lo interior (el niño), está determinado por lo exterior (el adulto), sino que a su vez, lo exterior (el adulto), está determinado por lo interior inconmensurable (el niño). Como lo recordara Kierkegaard, el individuo lejos tiene que ver de la experiencia del pretencioso filósofo que se pretende estar por encima de los demás al retener en su pensamiento interior, lo infinito de lo exterior. El individuo se revela, no como mero reflejo de lo exterior infinito, sino como inevitablemente atravesado por este exterior infinito, del cual se rebela no infinitamente (posición patética y romántica), sino ocultamente camuflado en lo finito. De allí su libertad en escapar. Porque lo interior se encuentra en permanente sustracción con lo exterior. Es la experiencia en que se revela la verdad en la pérdida; en donde a través de esta huella que sólo surge cuando algo se somete a la pérdida, es donde se conquista lo propio. Lo propio no se conquista adquiriéndolo sino perdiéndolo. Si no se entiende esto se recae en la racionalización moderna de que es posible adquirir la verdad por mera voluntad. De esta forma, la verdad no es lo que se adquiere, sino la muerte de la voluntad, aunque a largo plazo, y en nombre, justamente, de la verdad. Es la pretensión, que en el fondo no es más que mera ilusión, de que el conocimiento esté libre y no sujetado a la voluntad, cuando es el sujeto el que se haya sujeto a la voluntad infinita, de quién?, de él mismo? del otro? No. Esa voluntad infinita pertenece sólo a ese lugar que va, de él mismo, al otro, sin reducirse ni a uno ni a otro. Reposa en un lugar sin apoyo, en el que se apoya la posibilidad de hacer surgir lo propio por perderlo. ¿En dónde? En este espacio que no es más que una experiencia de robo, de arrobamiento en la fascinación que nos produce la pérdida de toda medida y de todo orden fisonómico y fisiológico. Es la desmesura de lo inconmensurable, sea del instinto de celeste voluptuosidad, ardientemente sagrado y divino, como el experimentado por el desventurado joven Werther, sea como el rastrero andar del albatros, ese pájaro poeta de Baudelaire, rey de los vientos, que sin embargo no puede cantar su verdad en las alturas, porque antes que nada, el enorme peso de sus alas no lo dejan volar.

El flâneur, hoy no sólo tiene que vagar por las calles, ni refugiarse en el bucólico sueño del mundo natural, de los ingenuos paisajes que no hacen otra cosa que reflejar la propia ingenuidad. Tiene que tener la fuerza y la energía de mezclarse con las masas actuales, las comunidades virtuales, pero sin perder la conciencia de que es imposible adecuarse a ellas. No tiene que vivir sin la experiencia del apuro, y del atropello al otro. Tiene que sentirlo para después reírse de su sin razón. Tiene que habitar y empacharse de ese sentido, enmascararse entre ellos, para que desde su seno pueda estallar. Si es incapaz de esto, no sólo revela su cobardía, sino también su complicidad con lo general, sólo que a través de la denuncia constante.

Pero hoy sabemos que el hombre de la multitud, del cual Edgar Allan Poe se mostró fascinado, quizás haya dejado de caminar por las calles, por esas callejas sucias y peligrosas, con sus ardientes faroles y su color de fuego, para navegar por los virtuales carriles de operaciones lógico-binarias de la Internet. Un surrealista hoy no imitaría el vagabundeo por las calles, el viejo estilo del flâneur, sin volverse ridículo, ya que lo hace no para hacerse invisible, sin testigos, sino para que los demás admiren el valor de su valiente arrojo. Un surrealista no podría estar ajeno, hoy, a la tecnología, al flujo informático de mensajes y conexiones de líneas, incluso en el sentido pictórico. Lo que hará será contaminar todas las líneas de una inquietante extrañeza; lo que Freud denominó “unheimlich”. En especial sólo podrá operar modulando los tiempos de espera, que rabiosamente exigen reducir todo a la inmediatez, abandonando a las personas a la constante angustia de la desactualización permanente, en todo ámbito. No es posible superar esta angustia sino a través de la grandiosa imagen de Hegel, de la cual superar (aufheben) no es sino conservar y anular al mismo tiempo, ya que no se trata de autoexcluirse sino de advertir que el progreso no se detiene, mudando y resignificando todas las cosas. Y que si no pensamos esto, no para detener la totalidad del mundo, de una vez y para siempre, en las veleidades de nuestras, por lo general, soberbias y llenas de vanidad, pretensiones. Es necesario pensar la totalidad, pero como quien intenta subirse (y no ya domarlo), al caballo que Freud mostrara como el Ello, ya que este caballo es el dueño del movimiento. Y si pretendemos moverlo a nuestro capricho, no hacemos sino velar y enmascarar su egoísta cabalgar.

Se trata de minar lo cotidiano, de pequeñas bombas que permitan el surgimiento de fugaces iluminaciones, no para enceguecernos y refugiarnos detrás de una imagen, sino para escapar a los controles de nuestro control. Para salir, del sí mismo eternizado, condensado o desplazado, donde las leyes del inconsciente se muestran al parecer detenidas. Quizás por eso mismo nos de la sensación de que nada nuevo acontece.

El demonio moderno de la constante racionalización, se hace patético, e innegablemente tan absurdo que resulta imposible escapar al efecto hilarante que correlativamente produce; efecto que puede ser tan salvífico y terapéutico, como patética y mortíferamente inmovilizador, lo que se traduce en el despojamiento radical de toda soberanía, en una escatológica y oblativa dependencia al gran Otro.



Y esto es llamativo, porque este principio está en la base del capitalismo como del socialismo, en el producir, para controlar la sociedad, para eliminar la suciedad, como en la creencia de que con la suficiente energía se puede articular un plan para producir los efectos con que se ayudaría a los otros. Pero el orden civilizado y positivo de las cosas no quiere saber de todo. Nunca va a cuestionar lo bien intencionado, porque si supiera, y de hecho lo sabe en el fondo, que las buenas intenciones destilan una pestilencia en sus discursos, al ocultar justamente su propia mierda. Es la posición del burgués acomodado que se pretende generoso, ayudador, denunciando un marco general de injusticia, donde la perversión de la humanidad es responsabilidad de algunos, lo que demuestra su pueril ilusión de escaparle a ella. El ayudador da una ayuda pretendiendo que en su dación está dando algo contrario a la mancha en su ser, blanqueando todo rastro de participación en la violencia y la crueldad. Violencia que sólo se escamotea, lo mismo que se oculta la desesperación intelectual, en la infantil creencia de encuentros mágicos, como lo ha demostrado el misógino recurso, tributario del romanticismo alemán, de divinizar a las mujeres, como motivo después de una delectación masoquista que produce su alejamiento. Han tenido a las mujeres como vírgenes inspiradoras, musas, es decir, un mero objeto más, como aquel que bajamente las considera como siervas, prostitutas y esclavas.

Hoy la mayoría se siente atraído a huir fallidamente de su sí mismo para conquistarlo alienadamente en una mediocre mercancía. Nadie intenta escapar de su sí mismo sustrayéndose a las leyes de la mercancía, no sólo económicas. Lo que hace a algo único, invendible, no intercambiable, no es la conservación de la pureza, sino el despojo mismo de esta; su ser que no es ser sino atravesado por las flechas, sustraído, no con figuras e imágenes, sino con la bassesse (la bajeza, según Bataille), la descomposición de toda figura, imagen o forma (para Bataille en la pintura Olympia de Manet, la experiencia de la prostitución no era revelada, sino precisamente ocultada), en la sagrada y maloliente podredumbre de lo que se haya paralizado en el supuesto brillo áureo de lo normal, de lo políticamente correcto, que no es sino una estrechez y un burdo enmascaramiento del deseo, el cual estructuralmente no puede apartarse de la crueldad.

El carácter de la primera identificación freudiana, la de la incorporación canibálica del alimento totémico, sólo queda en un bello juego de palabras si no lo relacionamos con el carácter antropofágico de nuestra civilización occidental, como lo ha demostrado Montaigne en “De los caníbales”, uno de los ensayos más lúcidos de la modernidad. Antropofagia que no se ha perdido ni anulado, sino que se ha travestido, camuflado, so pretexto de piedad y buena intención, devorando todo aquello que llamamos bárbaro, que dicho sea de paso, no es sino el oscuro eco de nuestros temores más profundos. Como decía Umberto Eco, los pobres además de ser pobres, tienen que soportar los discursos que se hacen sobre ellos. De allí que la abundancia de riquezas, como de pobreza y marginación, sea producto de la civilización y el orden, pero esta no se constituye sin apoyarse sobre un caótico fondo de angustia y espanto, como aquel que la recorre en sus cimientos más íntimos. Y no me refiero solamente al espanto de las muertes, que se producen en la guerra producida en los bordes de la civilización, (Irak, Afganistán, Latinoamérica, etc.), sino, como diría Foucault, en los pliegues del discurso cotidiano, en la psicopatología de la vida cotidiana, de nuestra experiencia moderna. La peor y más mísera corrupción del espíritu es la que se pretende impoluta, políticamente correcta, y preñada de pureza moral. Es cierto, no somos primitivos, pero tenemos celulares y nos mandamos mensajitos.

Por eso es más que elocuente la interpretación que realizara Freud del mito de la cabeza de Medusa, donde reconducía este mito, como el antisemitismo, al complejo de castración, al horror producido por la visión de los genitales femeninos, en los cuales el vello púbico es desplazado a la cabellera frondosa donde se ‘multiplican’ las víboras.
¿Podría verse aquí, como síntoma del malestar en la cultura, en un texto fundante para nuestros relatos nacionales como lo es el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, el horror de los civilizados ciudadanos ante la frondosa cabellera de Facundo [1] y lo que con ello se aducía? En la dicotomía civilización-barbarie, aquello que históricamente se ha considerado indeseable (y por eso mismo insuperable) ha sido a mi criterio uno de los motivos de la creación, como si se tratara de una huida hacia adelante (o al menos, de las condiciones de posibilidad), de ese concentrado y equívoco aluvión que se llamó Buenos Aires, cuya confección pretendió planearse a espaldas –y a costas por supuesto– de lo ‘primitivo’ y retrasado. Una ciudad ‘civilizada’ y europea, la París de América, la cual aún no tiene ojos más que para la fascinación que provoca su propio ombligo.

Equívoco, por supuesto, ya que muchos, y no precisamente de la alta burguesía, se permiten las ensoñaciones más románticas. Como la de ser un flâneur que recuerda, y trata de imitar aunque con la peor mala fe, henchida de patético idealismo, el modelo de Breton cuando conoce a Nadja, al vagar sin propósito alguno por la ciudad. Este anacrónico flâneur, que va pateando por esas callecitas de Buenos Aires que tienen un qué se yo, viste. Hasta que se encuentra con la poco romántica y organizada, demasiado organizada planificación de los espacios. Mientras que sus sueños se van de a poco arrebolando en la onírica imagen de un atardecer palermitano, se encuentra no ya la división entre Palermo Viejo y Palermo Chico, sino, más acá de su conocimiento, con Palermo Soho, Palermo Hollywood, Palermo Madison, Palermo Queens, y Palermo Boulevard, que sería la zona intermedia entre Palermo Soho y Palermo Hollywood. Así es como las inmobiliarias van promocionando y asegurando una mística en cada lugar. Pero este flâneur, que va románticamente por la city porteña, por más que quiera no podrá disimular ni desestimar estas planificaciones que lo asedian de topetón, junto a la estrafalaria posibilidad de encontrarse con cualquier banda de pibes que lo tilden de ‘willy’.

Contra el idealismo de la razón y el orden, cabe lo que Pascal por un lado, y Bataille también sugerían. El bestializarse, que no es un embrutecerse, sino que es que el corazón pase por los resortes de la bajeza, por la pérdida de la gracia, por la experiencia profundamente terapéutica de sentir el desprecio, de entrever aquello que se oculta en lo preciado, en esa experiencia, está la razón de ser de la belleza.


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[1] Véase por ejemplo este fragmento del Capítulo 5: Vida de Juan Facundo Quiroga: “«Es el hombre de la Naturaleza que no ha aprendido aún a contener o a disfrazar sus pasiones, que las muestra en toda su energía, entregándose a toda su impetuosidad. Éste es el carácter original del género «humano»; y así se muestra en las campañas pastoras de la República Argentina. Facundo es un tipo de la barbarie primitiva: no conoció sujeción de ningún género; su cólera era la de las fieras: la melena de sus renegridos y ensortijados cabellos caía sobre su frente y sus ojos, en guedejas como las serpientes de la cabeza de Medusa; su voz se enronquecía, y sus miradas se convertían en puñaladas.” (Facundo; Domingo F. Sarmiento. Cap.5 pág. 98. Ed. Colihue. 1998.)



Dibujos: Pablo Boffelli
http://www.flickr.com/photos/felilef


Ensayo sobre la música

El ruido no existe. Ya cuando decimos ruido deja de ser ruido, porque le estamos atribuyendo el sentido de ruido.

-Dibujar sonidos, darle formas al sonido.

Paul Klee ordenaba: no reflejar lo visible, sino hacer visible.

Leopoldo Lugones muestra en La metamúsica la locura de Juan, ¿se puede entender la música? Juan dice que con las palabras no, pero sí cree que se la puede hacer visible, en este caso, reflejarla y entenderla. Ahora ¿el fin de la música sería el entendimiento?

La música occidental, en especial desde Pitágoras, ha estado fascinada por las proporciones matemáticas, la matemática mágica y las proporciones armónicas, el famoso número de oro. Como si una legalidad cósmica rigiera el devenir de las formas en el universo.

La irrupción de lo nuevo, lo inesperado, lo inconmensurable, ello se parece más al ruido que a la música, sin embargo no dejan de resonar ecos casi con una lejana musicalidad en el derrumbe de lo clásico, o en la eterna inefabilidad del romanticismo, porque el romanticismo no deja de olvidar que nunca quiso ser efable.

La expresión ‘la música de lo nuevo’, es sólo una conjetura. Pues su audición resulta inaudita en el momento de su interpretación. La interrupción no se interpreta (ni es interpretada) como musicalidad, salvo a posteriori. Le atribuimos música y tonalidad para aliviar su amenazante poder interruptivo. La música del vacío, el esplendor del Tao. Ya no sabemos qué va a venir. El cambio.

-¿qué puede el ruido?

Según el diccionario de la RAE es un “Sonido inarticulado, por lo general desagradable.”, o un “Litigio, pendencia, pleito, alboroto o discordia.”, o bien una “Repercusión pública de algún hecho. Sus declaraciones han producido mucho ruido.”

Entonces el ruido no es definible a priori, como quien dijera ‘una sucesión de sonidos disarmónicos’ o la ‘declinación de un ritmo’. No es principio, ¿será una disciplina, es decir, un ejercicio?

-el ruido es el contacto de elementos.

Pero también el ruido puede ser el contacto de elementos armónicos.

-¿armónicos?

Basta pensar en la ‘música’ que reiterativamente prolifera en los teléfonos celulares. Eso hoy en día no es inarticulado ni confuso, no sería ruido, pero muchos no lo sentimos como música, ¿por qué?

“La música y los manjares detienen al caminante”, lo que el Tao exhala no tiene sabor ni tonalidad, y sin embargo “es inagotable”. Nadie es autor del Tao, y nadie deja de ser engendrado por él. Sólo podemos escucharlo pero ¿tiene entonces alguna tonalidad? “El espíritu inferior que oye hablar del Tao, ríe ruidosamente. Y, por esta risa, se conoce la grandeza del Tao.”

También, el ruido puede adoptar la forma del silencio. Para muchas personas el silencio es insoportable, desagradable, como quien no puede estar sentado sin la televisión de fondo. ¿El ruido aquí se hace silencio?

Cuando alguien aloja el ruido en su existencia, ¿qué pasa ahí? ¿Cómo se presenta a y en los demás, en aquellos que supuestamente no tienen ruidos en su existencia?

-cuando pienso en un ruido, lo escucho.
-pero no lo escucha nadie.

(…)

-el ruido es algo instantáneo y efímero.
-en la memoria se hace inmortal.

Es algo sutil e imperceptible que marca imborrablemente a la memoria.

-es un pico que forma y deja muecas.

¿Es invisible el ruido? Quiero decir, a lo mejor sea imperceptible en lo visible, o imperceptible en lo audible. Acaso ¿importa?

-Uno sólo puede ver a posteriori los resultados formales que generan los ruidos. (la revolución de los beatles, la ropa de los punk o las marcas en el asfalto de una rueda que frenó de golpe.)

¿El ruido podrá también ser eso, una rueda que detenga algún tipo de movimiento o proceso cuya tendencia asemeja su carácter inercial a una propiedad natural?

-La naturaleza tiene sus propios ruidos (por ejemplo: un rayo, el ruido, un dios)

Y el koan clásico del budismo zen?: “Si un árbol cae en un bosque y nadie lo escucha ¿hace ruido?”

-¿vos dirías que cuando hay presencia humana deja de existir la naturaleza?

Antes, ingenuamente, pensaba que sí, que la naturaleza no existía, o bien, que no era.

-¿Y qué es?

No sé, pensaba que no era, así, directamente. Porque según el tao pareciera indicarse que todo artista que es, que piensa, tropieza. Cuando no piensa, cuando ‘no es’ en la alienación al movimiento absoluto es cuando baila y no se equivoca. Si el bailarín piensa en el paso que va a dar, o no lo efectúa o se equivoca. Si se pierde en el movimiento y confía en el ejercicio de su disciplina, se sustrae a sí mismo, y traspasa el espejo. Deja la naturaleza, la subjetividad, no tiene nada salvo el movimiento que efectúa en el despliegue de su ejercicio.

-No entendí bien, negro.

A lo que iba es que acuerdo en lo que decís en que la naturaleza tiene sus propios ruidos. Y basta en pensar que es imposible sustraerse de los peligros y las coacciones que la naturaleza presenta, en modo desigual, a los humanos. No todos saben lo que es sentir, por ejemplo, el desborde de un río y que se inunden y pierdan tus cosas, o llevado al extremo (no tan extremo para nuestra costumbre), a no tener acceso a los alimentos que la naturaleza nos proporciona.

Volviendo a Lao Tsé (es difícil hablar del tao sin caer en clichés), quien diría al tao, ya lo estaría dejando de decir. El tao no hace nada y sin embargo no deja nada sin hacer. Enseña que no conviene determinar todos los ámbitos de la existencia sometiéndolos a leyes. Cuantas menos leyes mejor. Mejor y más correctamente se percibiría el camino. Cuantas más leyes existan para expulsar el ruido, entonces, sería peor, pues se expulsaría el azar y el verdadero movimiento de las cosas; que nada es, que todo está en permanente cambio.

Cuando en las sociedades todo está controlado, todo es esperable y previsible, se genera entonces el principio de acumulación. Entonces surge algo así como la industria del turismo, que es una de las que más daño le está haciendo al mundo en su afán de momificar todo, de construir esencias naturales, clichés, como Argentina, tango, Francia, bohemia, Brasil, alegría.

-También pasa con los pobres, las villas.

Mientras se toman esencias naturales, y se monta todo un sistema racional de viajes y experiencias para consumir lo exótico como un testigo al margen e inocente (en verdad nunca inocente, como el voyeur), se constituye en las sombras una periferia, cuanto menos importante. Basta recordar el avión que le tiraron a las torres gemelas.

-A principios del siglo XX los europeos iban a África y se volvían locos aprendiendo de esas culturas. Ahora vienen a Latinoamérica.

Si. Nosotros estamos en posición de objeto.

Ese afán catalogador de homologar productos y empaquetar singularidades, para dar libre curso a los intercambios por su valor de cambio, aunque se gana en publicidad, también se conquistan los destinos de impecables góndolas de supermercado. Y el dinero, si bien útil, no da ninguna pertenencia. O como diría Freud, nunca podrá hacernos felices porque nunca fue un deseo infantil.

No se puede conocer otra cultura sin trasladarse y habitarla. Vayamos por paso, no alcanza para conocer actualmente la cultura inglesa con saber hablar a la perfección el inglés. Es necesario, como decía Voltaire, convivir con quienes forman parte de ella [1], convivir con sus instituciones, y no sólo por internet, ya que uno bien puede entender, en un nivel referencial, el código que se está hablando, pero aquello que constituye el substrato de la lengua y que habita como resto en sus instituciones [2], se pierde si no se experimenta este nivel del lenguaje.

El tango ha conquistado y sigue conquistando el aprecio de gran parte del mundo, en lugares tan disímiles como Japón y Francia. Y más específicamente, el aspecto del tango que más prendió en las culturas foráneas, fue el baile.

Sabemos que el tango es una danza que pareciera ocultar su secreto ante la mirada del Otro, y paradójicamente, o quizás justamente por eso, se ha convertido en una de las danzas más vistas. Tal vez, y es sólo una hipótesis, si un extranjero supiera que junto al baile, que le resulta sumamente atractivo, existe un mundo paralelo de letras y códigos bastante marcados, con una filosofía y una manera de ver el mundo bastante particular, es probable que rehuya o se considere indiferente o al margen.

Roberto Goyeneche recordaba una letra de un tango que hablaba de alguien que “nunca fue correspondido y fue traicionado” y se reía porque ¿cómo va a ser traicionado alguien si nunca fue correspondido? Más risas, aunque ahora solamente son risas... risas que expresan la capitulación ante un oscuro sentimiento fatalista de sentirse estigmatizado, marcado por un destino del cual no se puede rehuir, estigma de ser argentino y sucumbir a lo trágico. Mágicamente esto se resuelve en el tango “Tu” de Rivero y Troilo, o también, como a mi criterio, falsa y fallida desestimación de lo trágico, en la sospechosa despreocupación de “Otario que andás penando” de Julio Sosa. En todo caso, pareciera más sincero Carlos Gardel en “Tomo y Obligo” cuando expresa esta ambigüedad de conjugar el mandato de “que un hombre macho no debe llorar” y cumplirlo justamente llorando.

Sin embargo, no hay que recaer en la búsqueda nostálgica de un pasado perdido, como muchos hacen (y no siempre de avanzada edad), desconociendo nuestra singularidad rítmica que por más mestizaje, tecnológico, informático, empresarial, (que por lo general al criticarlos se recaen en solapados moralismos) olvidan su juventud y el carácter renovador de las formas. Un ritmo tropical como la cumbia, es bailado en una Santa Fe con una solemnidad casi tanguera. Un reggae como “Home Sweet Home” de Los Pericos desarrolla una variación del tango “Volver” al ponerse ‘sentimental’ de las pequeñas cosas de su lugar de pertenencia: su cama, su cocina, sus discos. No pocas veces se nos escapa esta oscura persistencia, que algo debiera decirnos, y no sólo en los bandoneones que suenan en la canción “La Vida” de los Fabulosos Cadillacs.

Quizás se busquen los clichés, no para expresar la propia sensibilidad sino sólo con la astucia de venderlo a los turistas, los cuales se muestran fascinados por una forma que les resulta inquietante en el tango, o más precisamente como decíamos, en el baile del tango. Quizás la razón se encuentre en que la gracia de este baile no pueda ser ex-puesta en el espacio donde se despliega, sino solamente im-puesta en la intimidad de un contacto con el puro devenir, contacto que amplía la conciencia, del cerebro hacia el resto del cuerpo. De allí que quienes bailen comiencen por una etapa cerebral y estructurada, de dos elementos que bailan por separado, para ir de a poco acoplándose en el baile. Así el cerebro deja de comandar para comandar el mismo baile que es quien en sus movimientos confunde a los elementos en la conjunción de dos fuerzas sin que por esto se confundan.

En lo personal cuando escucho unos valsesitos ejecutados con bandoneones, entiendo que este ritmo no es sino la expropiación de la sedentaria música imperial (de las cortes, Viena por excelencia) hacia el reposo en el incierto vaivén de los fueyes. Es el movimiento de los emigrantes, de los barcos y de las infinitas historias. El movimiento que continuó Piazzolla en su itinerante y prolífica vida. Un incierto ritmo del viaje y del mar, de los acontecimientos precipitados, de la incertidumbre del exilio. Es el interregno de las habitaciones, mejor dicho, el quilombo de los conventillos.


Perón ha sabido captar la música y el ritmo local, cuando dijo que se llevaba a la tumba la más maravillosa música que era la palabra del pueblo argentino [3]. Sin embargo, (y el criticar esto no implica recaer en el liberalismo), ha despreciado toda percepción de cambio en su tierra, cuando al ‘volver’ dijo “que a través de estos 21 años las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles...”, tildando de imberbes a todo aquello que no se ajustara a su pretendida e inmutable esencia.


NOTAS:
[1] Hoy tenemos la posibilidad de un mestizaje tal en donde, por ejemplo, un argentino puede conocer y admirar a Edith Piaf, y tener un escaso conocimiento del tango, y a la vez, un francés demostrar un saber casi enciclopédico del tango, y a su vez, no saber quién es Edith Piaf.
[2] Jacques Lacan afirmaba que había que pertenecer a la “parroquia” para reírse de un chiste.
[3] Último mensaje al pueblo argentino, 12 de junio de 1974, 17:30hs

Navegar Es Preciso

Para Álvaro Córdoba

«Fortis imaginatio generat casum»


El sujeto pessoano y el sujeto cortaziano, no son sujetos de la representación. Más que cuestionar la realidad, cuestionan la representación que se tiene de la realidad. Nadie puede decir allí está, aquí va, o por dónde anda. Oscuramente son, en su no reducción a un ‘yo’ o ‘sujeto’ libre de contradicciones.
Ellos son pasajeros, cuyas visas y pasaportes no son más que sus propios pasajes, de un viaje incierto del que sólo el paisaje es el marco por donde éstos se expresan. Paisagem que no es el lugar visitado, abordado, terreno de conquista o a conquistar. Paisaje arrobador que roba las certezas, más que por lo bello de lo estático, por la imbricação con que a paisagem se enhebra (enfia) a la imaginación.
El siguiente artículo es una primera aproximación a la alunada lógica de los pasajes y las galerías, de los otros y los espejos, de los laberintos y las esquinas.
“Navegar é preciso; viver não é preciso.” Como si fuera un viaje, les proponemos navegar por las letras de Fernando Pessoa, en su “Libro del desasosiego”, misturándolo con las de Julio Cortázar, en su cuento “El otro cielo”.

ABLANDAR LOS LADRILLOS (ABRANDAR OS TIJOLOS)

En la conjunción de estas voces se orquesta una sinfonía del otro y la alteridad. El sujeto no remitido al ego sino a la incapacidad de ser definido como tal. ‘Un’ sujeto, pero plural, que sólo se reconoce a partir de la diversidad de la que es compuesto y de las transformaciones que va experimentando.
“No siempre era fácil llegar a la zona de las galerías y coincidir con un momento libre de Josiane; cuántas veces me tocaba andar solo por los pasajes, un poco decepcionado, hasta sentir poco a poco que la noche era también mi amante.” (1)
O nome Pessoa significa ‘pessoa’ (persona), y algo tiene que decirnos el idioma francés, en tanto que la palabra ‘personne’, no somente significa pessoa senão também ninguém. Porque “Cada um de nós é vários, é muitos, é uma prolixidade de si mesmos. [...] Na vasta colónia do nosso ser há gente de muitas espécies, pensando e sentindo diferentemente. [...] E todo este mundo meu de gente entre si alheia projecta, como uma multidão diversa mas compacta, uma sombra única.” (2)
Por eso estos dos poetas denuncian a cada paso la mezquindad que se oculta al pretender unificar el ‘yo’, vigilando que todo se muestre en orden e hipócritamente pacificado.
Julio Cortázar (3) propone que ablandemos (abrandemos), los ladrillos (tijolos) de mortífera perfección con que construimos nuestra vida, nuestra historia; eso que llamamos ‘yo’. Y Fernando Pessoa, que la verdadera realidad no separa lo exterior de lo interior, nem ainda lo interior de lo exterior. Existe entre ellos una completa reversibilidad, un eterno ‘ida y vuelta’, no sólo entre lo uno y lo otro, sino entre lo uno y lo uno, y entre lo otro y lo otro. Se es sólo en los intervalos. Como ele mesmo dizia: “Quantos sou? Quem é eu? O que é este intervalo que há entre mim e mim?” (4)
Por medio de esa inmediata y sutil materia llamada ficción, la cual no se reduce a ninguna mediación, Pessoa traslada la vida cotidiana a otro plano, a otra superficie en donde pueden cohabitar y expresarse las potencialidades que la vida cotidiana mantiene contenida (contida) bajo presión. Sin embargo, todo aquello que va surgiendo en esta superficie, no lo hace como sería esperable en la vida cotidiana, definida y definible como un ente o un concepto. Sino que lo hace como huellas (vestígios), intervalos, puentes, a veces levadizos, a veces movedizos. Escaleras que se forman a medida que caminamos, pero que se deshacen en la arena después de haber sido transitadas. Como decía Umberto Eco en El Nombre de la Rosa, “El orden que imagina nuestra mente es como una red, o una escalera, que se construye para llegar hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido. [...] Las únicas verdades que sirven son instrumentos que luego hay que tirar.” (5)
Quien pretenda coisificar y vender fórmulas sobre cómo escapar o cómo atravesar los pasajes y las galerías, sólo piensa con los ojos enfermos, porque como dizia O guardador de rebanhos Alberto Caeiro, “pensar é estar doente dos olhos.”
Así, en su afán de llegar primero a la razón, no puede ver que la está perdiendo. Pero por más perdido que esté, es como aquella persona que busca sus anteojos (óculos) sin notar que los tiene puestos. Porque están más acá de su conocimiento, en su sensibilidad. Por isso Pessoa quer “Sentir tudo de todas as maneiras; saber pensar com as emoções e sentir com o pensamento; não desejar muito senão com a imaginação; sofrer com coquetterie; ver claro para escrever justo; conhecer-se com fingimento e táctica, naturalizar-se diferente e com todos os documentos; em suma, usar por dentro todas as sensações, descascando-as até Deus”. (6)

LA IMAGINACIÓN

“ese mundo diferente donde no había que pensar en Irma y se podía vivir sin horarios fijos, al azar de los encuentros y de la suerte” (7)

Tenemos que entender que no hay viaje, ni verdadero navegar, si no se compromete la dimensión de las historias, los relatos y las ficciones. No como quien organiza planes turísticos para después adquirir lo previamente pensado, como un producto cualquiera, sino comprometidos con nuestra historia y nuestras narraciones, que no sólo expresamos en el habla, como algo que poseemos, sino como algo que nos posee, y que se expresa inefablemente, como dijimos, en nuestra sensibilidad.
Por eso mismo descuidamos y desoímos los milagrosos puentes que se nos tienden invisiblemente en el presente y en todo lugar y momento.
Aquellas personas, para las que solo existe la exigencia del pragmatismo y la eficacia, aquellas para las cuales hay un ‘primer mundo’, além do que vivemos, são umas tristes personas. En sus tenaces ilusiones no deixam de violentar su sensibilidad, su percepción de las cosas. “O mundo é de quem não sente. A condição essencial para se ser um homem prático é a ausência de sensibilidade.” (8)
Porque ¿qué es lo útil? es lo pragmático ¿y qué lo pragmático?, lo útil: cálculos, planillas, especulaciones, especificidades, tiempos que vuelan, pero cuyo vuelo es muy poco poético, tiempo para lo útil. Dali que toda alegría planificada, dosificada incluso para incrementar la producción, sea falsa.

“Da gusto fumar unas pipas en el café, a esa hora en que la fatiga del trabajo empieza a borrarse con el alcohol y el tabaco, y las mujeres comparan sus sombreros y sus botas o se ríen de nada.” (9)

Nosotros no hablamos desde una lógica de la pureza, sino de nuestra condición americana, que nos obliga a reconocernos mezclados, diversos, atravesados por mestizajes de infinitas culturas. Somos ricos en eso, cuyo potencial es tanto o más valioso que lo que comúnmente se desea.

“De esa vagancia estúpida me queda un brusco recuerdo delicioso: al entrar una vez más en el Pasaje Güemes me envolvió de golpe el aroma del café, su violencia ya casi olvidada en las galerías donde el café era flojo y recocido. Bebí dos tazas, sin azúcar, saboreando y oliendo a la vez, quemándome y feliz.” (10)


POSEER ES PERDER

“Não quero mais da vida do que senti-la perder-se nestas tardes imprevistas.” (11)

Lo propio no se conquista adquiriéndolo sino perdiéndolo. Si no se entiende esto se recae en la racionalización moderna de que es posible adquirir la verdad por mera voluntad. De esta forma, la verdad no es lo que se adquiere, sino la muerte de la voluntad, aunque a largo plazo, y en nombre, justamente, de la verdad. Es la pretensión, que en el fondo no es más que mera ilusión, de que el conocimiento esté libre y no sujetado a la voluntad, cuando es el sujeto el que se haya sujeto a la voluntad infinita, mas de quién?, de él mismo? del otro? No. Esa voluntad infinita pertenece sólo a ese lugar que va, de él mismo, al otro, sin reducirse ni a uno ni a otro. Reposa en un lugar sin apoyo, en el que se apoya la posibilidad de hacer surgir lo propio por perderlo. ¿En dónde? En este espacio que no es más que una experiencia de robo, de arrobamiento en la fascinación que nos produce la pérdida de toda medida y de todo orden fisonómico y fisiológico.
Por eso Pessoa dice que “Possuir é perder. Sentir sem possuir é guardar, porque é extrair de uma coisa a sua essência.” (12)

LOS DUELOS

“E na sombra íntima de mim, no exterior do interior da minha alma.” (13)

Si en un triste momento de duelo, la sombra del objeto se ha tendido sobre el ‘yo’, este se ha reducido a una mera cosa. Muchas terapias intentarán iluminar este ‘yo’ para que pueda desprenderse del objeto perdido e interesarse por otros más vivaces y saludables. Pero Pessoa no concebiría nunca el duelo de esta manera, como una simple operación matemática, o un sencillo cambio de contenidos.
Él no despreciaría el duelo. Na verdade se lo desprecia en estos tiempos en apariencia livianos, que exigen olvidarse (esquecer) de todo lo pasado y pesado que habita en nuestra memoria, personal y colectiva. Ele tomaría toda la fuerza de sus sombras, de las sombras que se tienden sobre sua ‘pessoa’, y las haría falar fazendo aflorar todo lo que estaba contenido (contido) no fundo, suas ‘pessoas’. No lo entendería como algo paralizante, pues ya se sabe que eso sólo pertenece al necesario tiempo narcisista del llorar.

“Algunos días me da por pensar en el sudamericano, y en esa rumia desganada llego a inventar como un consuelo, como si él nos hubiera matado a Laurent y a mí con su propia muerte.” (14)

La ficción ofrece la posibilidad de conjurar el horror con que puede ser presentada una existencia. No le escapa a la vida sino que le permite salir de una situación que generalmente es dada por perdida de entrada.

“Y entre una cosa y otra me quedo en casa tomando mate, escuchando a Irma que espera para diciembre, y me pregunto sin demasiado entusiasmo si cuando lleguen las elecciones votaré por Perón o por Tamborini, si votaré en blanco o sencillamente me quedaré en casa tomando mate y mirando a Irma y a las plantas del patio.” (15)

Los tiempos de la vida cotidiana son los que siempre triunfan. No son finales felices, claro está, pero la posibilidad de entreabrir las puertas de la ficción está siempre presente.

“razonablemente me digo que no, que exagero, que cualquier día volveré a entrar en el barrio de las galerías y encontraré a Josiane sorprendida por mi larga ausencia.” (16)

No hay mayor terapéutica que la que permite expresar, y en esa misma expresión, no ya repetir, sino crear superficies e intensidades nuevas que hacen estallar toda presunta normalidad.

“Por unas pocas horas bebí hasta los bordes el tiempo feliz de las galerías, y llegué a convencerme de que el final del gran terror me devolvía sano y salvo a mi cielo de estucos y guirnaldas; bailando con Josiane en la rotonda me quité de encima la última opresión de ese interregno incierto, nací otra vez a mi mejor vida tan lejos de la sala de Irma, del patio de casa, del menguado consuelo del Pasaje Güemes.” (17)

En esa superficie, materia real de ficción, la verdad queda suspendida de su falibilidad, para ser soberana y absoluta, absuelta de las exigencias relativas del mundo racional. Pessoa dizia que “naturalmente será necessário reduzir também o espírito a uma espécie de matéria real com uma espécie de espaço em que existe. Depende tudo isso do aguçamento extremo das nossas sensações interiores, que, levadas até onde podem ser, sem dúvida revelarão, ou criarão, em nós um espaço real como o espaço que há onde as coisas da matéria estão, e que, aliás, é irreal como coisa. Não sei mesmo se este espaço interior não será apenas uma nova dimensão do outro. Talvez a investigação científica do futuro venha a descobrir que tudo são dimensões do mesmo espaço, nem material nem espiritual por isso.” (18)

“Una nueva dimensión del otro”, he ahí la cuestión.

Si para Julio Cortázar, quien era admirador del escritor cubano José Lezama Lima, el hombre no era hombre si no se reconocía como creado y creador, criatura que cria sem deixar de ser criança no processo mesmo de criação; para Fernando Pessoa, vivir era un verbo hueco (oco) en donde nada tenía sentido sino por la relación con lo otro y la creación. “tudo que existe existe talvez porque outra coisa existe. Nada é, tudo coexiste: talvez assim seja certo.” (19)
Navegar desde los puertos para llegar a destinos inciertos. Encontrarse en las despedidas, o despedirse en los encuentros. Basculando entre tormentas y arrecifes, así vamos creando el estilo de nuestra singularidad al confiarle nuestros mensajes al cambiante mar.
Daqui que o título para nosso trabalho seja Navegar é Preciso, onde se diz: “Viver não é necessário; o que é necessário é criar.”

NOTAS:

(1), (7), (9), (10), (14), (15), (16) y (17) Cortázar, Julio; El otro cielo, en “Todos los fuegos el fuego”. Ed. Alfaguara. 2004.
(2), (4), (6), (8), (11), (12), (13), (18) y (19) Pessoa, Fernando; Livro do desassossego. Companhia das Letras. Ed. Schwartz. 1999.
(3) “La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio, la misma mujer al lado, los mismos zapatos, el mismo sabor de la misma pasta dentífrica, la misma tristeza de las casas de enfrente.” Cortázar, Julio; Manual de Instrucciones en Historia de Cronopios y de Famas. Bs. As. Ed. Alfaguara. 2000.
(5) Eco, Umberto; El nombre de la rosa. pág. 596. Bs.As. Ed. Lumen/de la Flor. 1995.


BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

· Cortázar, Julio; El otro cielo, en “Todos los fuegos el fuego”. Ed. Alfaguara. 2004.
· Cortázar, Julio; Historia de Cronopios y de Famas. Bs. As. Ed. Alfaguara. 2000.
· Fer, Briony; Realismo, Racionalismo, Surrealismo. El arte de entreguerras (1914-1945). Cap. 3. Surrealismo, Mito y Psicoanálisis. Ed. Akal / Arte contemporáneo. 1999.
· Freud, Sigmund; Duelo y melancolía. Tomo XIV. Ed. Amorrortu. 1986.
· Lacan, Jacques; Seminario 10. La angustia. Ed. Paidós. 2006.
· Le Poulichet, Sylvie; El arte de vivir en peligro (Del desamparo a la creación). Cap. 5 “Fernando Pessoa: de la sublimación de la ‘nada’ a la heteronimia”. Ed. Nueva Visión. Bs.As. 1998.
· Pessoa, Fernando; Livro do desassossego. Companhia das Letras. Ed. Schwartz. 1999.
· Rosa, Nicolás; Proposiciones no hipotéticas pero sí conjeturales sobre la escritura cortaziana. (En Revista “el perseguidor”. Homenaje a Julio Cortázar. Nº 12. Año X. Edición Aniversario. Bs.As. Primavera/Verano 2004/2005.).